Joaquín Díaz Atienza
Ser laico trinitario nos confronta hoy de forma muy especial a las desastrosas consecuencias de la crisis económica. Cada día nos llegan noticias sobre la paupérrima, incluso desasistida, situación en la que quedan familias enteras: sin recursos y sin ayudas, sin autoestima; familias que han perdido lo más elemental de la dignidad humana; familias que se acercan a los servicios sociales en donde, una vez vencido el pudor personal y social de tener que “pedir limosna”, se les proporciona una ayuda material básica para la supervivencia y, en la mayoría de las veces, de una forma fría, sin apoyo emocional y comprensión que, al menos, serviría para elevar un poco su autoestima y superar la vergüenza.
Ha llegado el momento de pasar de las lamentaciones a la acción. No se puede continuar criticando lo que no hacemos y lo mucho que podríamos hacer en una circularidad que solo conduce a la parálisis. Ha llegado el momento de no proyectar hacia fuera lo que nuestra conciencia nos pide a nosotros mismos; ha llegado el momento de realizar cada uno el “insight” necesario que nos lleve a conocer lo que nos pide Jesús a cada uno de nosotros; ha llegado el momento de abandonar la catarsis personal que supone la proyección engañosa de situar en el grupo la responsabilidad de lo que podemos y debemos hacer personalmente y no hacemos; ha llegado el momento de escuchar al Espíritu Santo y ponernos a trabajar con la incondicionalidad propia del que ama tal como nos exige el mensaje de Jesús; ha llegado el momento de no fijarnos en lo que el otro hace, o no hace, en si podría hacer esa u otra cosa, sino en lo debo hacer yo según las prioridades que se presentan en mi situación concreta. Eso es lo que nos pide
Dios Trinidad, a través de la oración, nos proporciona a cada uno el conocimiento de lo que, en estos momentos de urgente necesidad, debemos hacer. Por tanto, impliquémonos cada uno en aquello que se nos pide, o exige desde nuestro ámbito concreto y respetemos profundamente lo que hace nuestro hermano. No somos nadie para juzgar, sólo para juzgarnos. En definitiva, demos una respuesta radical a lo que nos pide Jesus, oremos para que el Espíritu nos proporcione la luz y la fuerza necesarias que alimenten nuestra capacidad de amar al prójimo sin condiciones porque nos necesitan. Creo que hoy se nos presenta el escenario socioeconómico en donde mejor podemos comprobar nuestra autenticidad evangélica, nuestra capacidad de amar y de vivir el evangelio.
Por tanto, lo urgente es pasar a la acción evangélica, sin excusas y con radicalidad. Frente al prójimo que nos necesita urgentemente no tienen cabida las tibiezas.
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