Los laicos, tanto hombres como mujeres, no debemos ser considerados meros colaboradores y a veces “mano de obra”. En muchas de las comunidades cristianas son los laicos, hombres y mujeres quienes llevan adelante la vida práctica de la comunidad.
Miguel Rosique, LT, Madrid. Frecuentemente, “repetimos” conceptos, análisis y proyectos para afrontar el futuro que la sociedad actual nos está planteando a la Familia Trinitaria y en particular sobre el papel que los laicos debemos desempeñar dentro de ella. Al respecto, considero de gran valor el mensaje que los miembros del COPEFAT han dirigido a la Familia Trinitaria, tras la V Asamblea Intertrinitaria celebrada en Ávila.
Reflexionando sobre algunos de los retos que en el futuro se le presentan a la Familia Trinitaria y de forma particular al Laicado Trinitario, permitidme desear que no queden nuestras ideas sólo en palabras y documentos. Tenemos que pasar a los hechos. Como poner en marcha las recomendaciones que contiene el citado mensaje del COPEFAT, para afrontar los desafíos que a los trinitarios y trinitarias se nos presentan en el mundo actual y futuro. Como segundo reto, estimamos que los laicos, tanto hombres como mujeres, no debemos ser considerados meros colaboradores y a veces “mano de obra”. En muchas de las comunidades cristianas son los laicos, hombres y mujeres quienes llevan adelante la vida práctica de la comunidad.
Por tanto, tanto laicos como laicas, deberíamos ser incorporados, sin reservas, en la toma de decisiones y en las estructuras de la Familia Trinitaria en sus diferentes niveles organizativos y sensibilidades espirituales. Por nuestra parte, los laicos debemos comprometernos seriamente con el Carisma, saber asumir, como Juan de Mata, el Espíritu Redentor de Cristo, y no ser meros portadores de emblemas e insignias. Pues si no somos capaces de convertir nuestros corazones en simbólicas Cajas de la Redención, perderíamos el derecho a proclamarnos fieles seguidores de nuestro Padre Juan.
El lamentable hecho de la falta de vocaciones a la vida consagrada hace que el futuro de la Iglesia y de sus instituciones pase inevitablemente por la incorporación de los laicos, a la tarea activa de difusión del Evangelio. En nuestro caso particular, el Evangelio de la persecución, del cautiverio y de la opresión.
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